domingo, 13 de julio de 2008

Poema de la chica segura

Tiene aplomo
la seguridad
de una mujer que salió a la vida
y no tardó mucho en conquistarla.

Su seguridad es como un
globo que tiene muy firme
amarrado a sí.

Es joven, no tendrá más de
veinticuatro años.

Parece muy segura.
Mas no obstante me pregunto
si su seguridad no volará tanto
que en el infame aire
es donde ella se siente cómoda.
Algo triste parece.

Y por eso quiero aprehenderla,
tomarla, hablarle
e inflar un globo con ella
y volar.



Línea:60
Interno: 121
Escobar x Ruta 27
Trayecto: Callao y Rivadavia - Plaza Italia.

lunes, 7 de julio de 2008

Imprescindibles

A Layla

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"De imprescindibles está lleno el cementerio"




Súbitamente, como un rayo que cae en un prado que se cree indemne, la revelación de que nadie es imprescindible llegó al alma de los hombres. Nadie necesitó ser persuadido. Sólo hizo falta terminar de convencer a aquellos que encontraban razones: los omnipresentes psicólogos de la razón, los estrictos hijos de la lógica, de la inútil trampa iluminista.

Por doquier los hombres debatían las medidas a tomar ante semejante verdad, ante tamaña evidencia de la futilidad de la vida. En numerosas asambleas, reuniones y mitines de hombres de todas las clases sociales, todas las edades –incluso niños- discutían acaloradamente qué hacer, cómo reaccionar: la vida nunca había sido tan inútil, tan contingente. Muchos se sentían liberados, y ahí se originó el mayor problema de todos, porque la libertad es un león enjaulado, comprimido sobre barrotes apenas más grandes que su cuerpo: pura energía, a punto de estallar con la mínima llama.

Así, como nunca con ningún proyecto humano, se llegó a un acuerdo unánime: acabarían todos con sus vidas. El método, a total discreción. El motivo, el mismo: nadie era imprescindible.

Las ciudades, como se prevé, fueron el escenario donde este pandemonio cobró mayor cantidad de matices: había quienes se lanzaban desde edificios, estaban los que se colgaban de los semáforos, y aquellos que estrellaban sus autos contra cuanta pared encontraran

Las farmacias colapsaban de gente, colas y colas interminables, buscando un brebaje para acabar con la aciaga existencia. Tan largas fueron las colas, que muchos se cansaban y se suicidaban esperando, y los que venían atrás debían saltar sus cadáveres para poder seguir la formación.

Las armas, las balas, las gilettes, el cianuro, las sogas, los cuchillos, las hachas, los machetes, las tostadores y las bañeras, los cables eléctricos, comenzaron a ser bienes de lujo. La impresionante cantidad de suicidas hacía que los productos comenzaran a escasear, al no haber distribuidores, ni repositores, ni vendedores disponibles.

En el campo, la cosa fue muy distinta. Se repartieron más democráticamente los insumos para cometer el acto suicida. Tan prescindibles se sentían los habitantes, que generosamente cedían los medios para suicidarse. Tan prescindibles se sentían que no se sentían en lugar de pedir más que lo justo y necesario.

No obstante la generosidad, los medios para cometer suicidio no fueron suficientes para los habitantes del campo. Se sentían demasiado poco para quitar las sogas de los cuellos de aquellos que se habían ahorcado, y no podían sentir más que una fobia social al acercarse a los ríos donde flotaban cientos de cadáveres.

Al poco tiempo, ya no quedaba forma de suicidarse. El mercado negro no alcanzó siquiera a llegar al campo: todos los mafiosos de la ciudad ya habían perecido bajo sus propias manos.

Luego, con la lentitud con que el ojo se dilata luego de unos segundos de haber sido expuesto a una luz terrible, los habitantes del campo se dieron cuenta que no todos eran tan prescindibles. Con la ironía que esto conllevaba, llegaron a la conclusión que de tan imprescindibles que se sentían los hombres, hicieron evidente que su existencia no era tan contingente, sino necesaria, casi hasta un extremo de considerarla imprescindible para el resto de la humanidad.

“Vivamos en el limbo”, dijeron entonces. La imprescindencia era algo que no valía la pena pensar. Se volvió un pensamiento prescindible.